Aquella
carrera del ´39
San Salvador en su Cincuentenario… el paso del Gran Premio Argentino de Turismo
Carretera… la presencia de los hermanos Gálvez y del futuro Quíntuple Campeón
Mundial: Juan Manuel Fangio.
Por Pedro Martín
Viernes 20 de octubre de 1939. Lisandro Castro
observó su reloj. Quizá eran las dos, tal vez las dos y media de la tarde. Los
pobladores de San Salvador junto a su intendente, y a su fundador, esperaban el
paso del Gran Premio Argentino de Turismo Carretera. La lluvia de la noche
anterior había hecho lo suyo y se estaba retrasando por demás el paso de las
máquinas. El camino de tierra por donde transitaban los autos desde Paraná a
Concordia, en lo que era la segunda jornada, se había convertido en un rosario
de agua y barro.
La carrera había comenzado a la hora cero del jueves
19 en la ciudad de Buenos Aires. Partieron 133 máquinas en dirección a la
provincia de Córdoba, pero a mitad de camino los cubrió una lluvia torrencial. Allí
comenzaron los accidentes con los vuelcos de Ayala, Gamarra y Newton. Al llegar
a la provincia mediterránea, y sin detenerse, encaminaron hacia la ciudad de
Santa Fe para arribar al cierre de la primera etapa y su correspondiente
control. Hasta aquí el parque registraría el abandono de 14 participantes.
Esa tarde noche, las máquinas subieron a las
balsas y cruzaron el río Paraná. A la mañana siguiente, la carrera se reanudó
desde la capital entrerriana hacia la ciudad de Concordia. Anoticiados que la
lluvia también había afectado el litoral, Francisco Borgonobo, un organizador,
se justificó en aquel entonces:
“…sabíamos
que había llovido hasta Viale, sin que esto representara inconveniente alguno…
recurrimos a los conocedores de la zona… y no convenía postergar… “
Mientras tanto, en cada pueblo, los vecinos se
apostaban a la vera del camino. San Salvador no era la excepción, Alfonso
Jourdán, en aquel entonces de diecisiete años, hoy recuerda desde sus noventa y
tanto de años:
“Estábamos
enterados del paso de la carrera porque unos días antes había recorrido el
camino gente de la organización…”
Para entonces, las nubes se habían corrido y
la temperatura iba subiendo a la hora de la siesta. Frente a la plaza del
pueblo, el octogenario Coronel permanecía sentado en el interior de su
automóvil; por si acaso, Don Francisco y algunos vecinos conservaban a mano sus
paraguas.
La espera de los sansalvadoreños no fue en
vano. De repente, un Ford V8 salpicado hasta el techo de barro, pero que dejaba
distinguir un exagerado número 23 en sus puertas, irrumpió en el pueblo.
Alfonso nos dice:
“Con el
tiempo fuimos conociendo quienes eran aquellos pilotos que pasaron por nuestro
pueblo… Pero en ese momento eran unos desconocidos!!!
” Maniobrando en el barro y a
los banquinazos, la máquina que tomaba la delantera había tardado seis horas en
cubrir los 169 km de Paraná a Villaguay… pero ahora… embistiendo la Lomada
Grande… envuelto en un ruido infernal… parecía reaccionar y tomar buen ritmo;
su volante: Oscar Alfredo Gálvez, y su hermano Juan de acompañante.
“El paso
por Entre Ríos se dio sobre un piso pesado, donde muchos se encajaban en el
barro… la disposición de los elásticos del
Ford, más altos, les daba una ventaja sobre los Chevrolet “ explica
Alfonso, que luego hará de la mecánica de automóviles su profesión.
El Gran Premio se había programado: Buenos
Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Sgo. del Estero,
Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, La Pampa, Bahía Blanca
y llegada a la ciudad de La Plata. El paso por Entre Ríos se transformó en un verdadero
tormento, los autos salían de un pantano para caer en otro y muchas veces
terminar siendo remolcados por caballos… A la altura de Raíces varios
terminaron su aventura encajados en las zanjas y hasta tapados por el agua…como
lo fue la cupé de Antonio Pereyra…; en Jubileo dejó la competencia Carlos
Valerdi con su Ford Nº 58… luego contaría que una familia le facilitó ropa seca…
y una cama matrimonial para él y su acompañante!
Pero estamos en la Lomada Grande, donde a esta
altura del año un tal Félix Mauricio Bourren Meyer siembra unas 29 hectáreas de
arroz, un arroz conocido como Blue Rose, y esta lluvia será más que espléndida
para su nacimiento…! Para esto, ya han pasado y dejado su estela de olor a
nafta y combustión una decena de máquinas…
En pleno pueblo, de repente se recorta frente
a las paredes blancas del flamante Hospital de Caridad San Miguel un Chevrolet
negro, luce el número 38 en sus costillas; en el control de Paraná partió
clasificado en el puesto ciento ocho…! Ahora viene devorando posiciones a un
ritmo demoledor y la estadística lo registrará noveno en el final de esta etapa.
El conductor está haciendo sus primeras armas en el automovilismo, su nombre: Juan Manuel Fangio. Héctor Tieri el de su
acompañante.
El carnet que lleva a bordo Juan Manuel Fangio
indica que nació en la ciudad de Balcarce y tiene 28 años; ya ha debutado en
carreras menores, pero será esta su primera de Turismo Carretera. El Chevrolet
negro que conduce y marca sus ruedas en la tierra sansalvadoreña fue adquirido
recientemente en una colecta que realizaron sus amigos. Puntualmente
colaboraron 240 personas. Agradecido, el
entonces futuro Quíntuple Campeón Mundial siempre tendrá presente la lista de
estos conciudadanos. Hoy se puede apreciar esa nómina histórica en el museo del
automóvil que lleva su nombre.
“Yo quería
comprar un Ford, pero no había. Se venía la fecha de largada y en la agencia
había en exposición una cupé Chevrolet ´39 de color negro… y la llevamos al taller”,
recordaría el piloto.
Ya en Córdoba el Chevrolet de Fangio acusó
problemas en el consumo de aceite. Hicieron un agujero en el tablero, pasaron
una manguera hasta la tapa y cargaron varias latas de lubricante. Tieri
llegaría negro como un carbonero. Agregaba lubricante por la manguera y soplaba
para que bajase… el motor tiraba aceite por el venteo formando gases que a su
vez… salían por la manguera y llenaban de humo el coche!
Aquí en el pueblo, hace un año que el Padre Ernesto
Borré conduce los destinos espirituales de la parroquia; gusta demasiado del
fútbol y nada dice de automovilismo… pero cuando el grueso de las máquinas
comienza a arribar y se hace sentir… se
suspende la siesta y todo el pueblo, cura también, se congregan al paso del Gran
Premio. Las máquinas, las que van quedando, siguen pasando camino al Casafuz,
al Calaveras, al Arroyo Grande...
Algunos pilotos recordarán que en cierto
poblado aminoraban la marcha de sus coches y desde el costado de la carretera
unas mujeres arrojaban baldazos de agua para limpiar los parabrisas… Aquí no
faltó la nota de color:
“Muchos
vecinos estábamos atentos al paso de la carrera…, don Lisandro, el Coronel
Malarín -que yo conocí-, algunos policías montados… de pronto un borrachín de a
caballo, entonado, que se planta en el medio del camino por donde pasaban los
autos… y fue la desesperación de los milicos que de inmediato intentaron
pecharlo con sus pingos, y a esto que se escuchan y se vienen un par de máquinas…
fue necesario que lo sacaran a sablazo
limpio ante la carcajada de todos…!” nos cuenta don Jourdán.
El arribo a Concordia, frente a la Iglesia
Nuestra Señora de Pompeya, fue penoso. El público impaciente, soportando la
llovizna… se los esperaba al mediodía y llegaron pasadas las seis de la tarde.
El vencedor tardó nueve horas y cinco minutos para estos 307 kilómetros.
Algunos pilotos y acompañantes llegaban descalzos luego de perder sus zapatos
al intentar desencajar los autos del barro. Algunos coches estaban embarrados
hasta en su interior y sus conductores irreconocibles. Finalmente arribaron 41
máquinas; pilotos y acompañantes todos vencidos. La organización resolvió dar
por terminado el Gran Premio con apenas dos etapas corridas.
Para Oscar Alfredo Gálvez y su hermano Juan no
fue poca cosa: ganaron su primer Gran Premio de automovilismo… Nuestros vecinos, además, vieron correr al
futuro Quíntuple Campeón Mundial.
Ese fin de semana algunos se arrimaron a la estación de trenes
y tuvieron su yapa: en los vagones del ferrocarril eran trasladados, abatidos,
casi que apaleados, hombres y maquinas que se habían quedado a mitad de camino. Fuente: Edición Especial de los 35 años de LA
SEMANA.
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